En Memoria de Nuestra Querida Sunday
2010 – 2025
Sunday, nuestra adorada gata Russian Blue, nació en Buenos Aires, Argentina, en 2010. Llegó a nuestras vidas el 2 de enero de 2011 — un domingo — y así recibió su nombre.
Desde el primer momento, Sunday fue un alma decidida. Se esforzó mucho para ganarse el cariño de su madre humana, y con el tiempo lo logró — por completo y para siempre. En Buenos Aires, se hizo conocida por su espíritu curioso y aventurero, entrando y saliendo por la ventana de la oficina, saltando sobre techos y cercas con facilidad. Orgullosa, nos traía sus “regalos”: dos ratas y un pájaro, cuyos restos organizaba cuidadosamente detrás del televisor. Para jugar, perseguía con alegría papel arrugado o cintas de cabello que rodaban por el suelo, corriendo como si cada rincón fuera un descubrimiento nuevo.
El 14 de noviembre de 2014, la vida de Sunday dio un giro extraordinario. Fue colocada en una jaula de transporte y soportó valientemente un vuelo de 15 horas hasta Miami, Florida, acompañada con amor por nuestra hija Ivonne. Ni una sola vez — ni siquiera durante ese largo y confuso viaje — ensució su contenedor. Así era Sunday: digna, serena y siempre respetuosa.
Cuando llegamos más tarde ese mes, nuestro apartamento aún no estaba listo, así que Sunday se quedó con Ivonne durante un mes más hasta que por fin pudimos reunirnos nuevamente. En Miami, descubrió dos maravillas nuevas: el cálido aire de Florida y los diminutos geckos que la fascinaban desde la ventana.
Tras siete meses en Miami, nos mudamos a Williamsburg, Virginia. Marcy, Lucía y Sunday hicieron el viaje en auto juntas, con una breve parada en Myrtle Beach. Pero fue en Williamsburg donde Sunday encontró su paraíso. Durante una semana completa, se sentó junto a la puerta, observando el exterior con su acostumbrada paciencia. Y una mañana, finalmente salió — y nunca miró atrás.
Williamsburg fue su verdadero reino. Los bosques se convirtieron en su santuario. Saludaba al amanecer con nosotros, despertándonos antes de las 4 a.m. para que la dejáramos salir, persiguiendo pájaros y conejos, descubriendo la nieve por primera vez, y encontrándose con ciervos y otras criaturas del bosque que nunca había conocido en Argentina. A veces desaparecía durante la noche, y los vecinos al otro lado del campo de golf nos llamaban para decirnos que habían encontrado su collar — Sunday simplemente se había instalado con ellos. Era libre, salvaje de corazón y profundamente viva.
Pero el tiempo, como siempre, nos llevó hacia adelante. Tuvimos que dejar Williamsburg — aquel capítulo dorado — y regresar a Miami. Sunday hizo el largo viaje con nosotros, tranquila y estoica como siempre. Ya se había acostumbrado a esos trayectos, pues nos había acompañado antes a visitar a Sebastián, y siempre viajaba con dignidad, sin una queja, sin un desliz.
De vuelta en Miami, nos establecimos primero en South Miami, donde faisanes visitaban el vecindario. Sunday, aunque intrigada, no se impresionó. Los observaba en silencio, juzgando sin emitir sonido, y como siempre, esperaba. Cuando finalmente abrimos la puerta, salió disparada hacia la cerca e intentó saltarla — nuestra propia Steve McQueen, escapando como en The Great Escape. Era Sunday en su esencia: audaz, instintiva, indomable.
Más tarde, volvimos al Jockey Club. A pesar de la construcción y el bullicio, Sunday insistía en salir. Saltaba sobre montículos de tierra, perseguía animalitos y pronto fue conocida por los otros residentes. Luego, en 2019, se mudó una vez más — esta vez a la Costa Espacial de Florida, donde los lanzamientos de cohetes se convirtieron en una nueva curiosidad para ella. Aunque intentó escapar un par de veces, se conformó principalmente con el patio trasero, donde vigilaba su territorio con atención silenciosa. Incluso cayó a la piscina varias veces sin querer — indignada, por supuesto, pero siempre resiliente.
Dentro de la casa, Sunday hacía sentir su presencia en cada habitación. Seguía a su madre humana de un lugar a otro, siempre cerca, siempre atenta. Por las noches, corría por el túnel que le habíamos construido en el dormitorio, aún juguetona, aún vibrante. Nos ayudaba a desempacar. Nos vigilaba mientras dormíamos.
Sus últimos días llegaron lenta y suavemente. Dormía más. Perdió la vista. Pero nunca perdió su dignidad. Nunca se rindió. Incluso en su fragilidad, se movía con propósito, con elegancia. La mirábamos con reverencia, y con el corazón en silencio, rompiéndose. Sunday fue nuestra maestra — nos mostró lo que significaba amar incondicionalmente, ser leal, abrazar la aventura y ofrecer compañía sin exigir nada.
Echaremos de menos las pequeñas cosas: preparar su comida, revisar su agua, colocarle sus mantas favoritas, sentirla acurrucada junto a nosotros por la noche. Extrañaremos sus pasos suaves en la oscuridad, las rondas que hacía por la casa para protegernos mientras dormíamos.
Sunday, te extrañamos más de lo que las palabras pueden expresar. Pero no te has ido. Vives en cada recuerdo, en cada rincón silencioso del hogar que hiciste tuyo, en cada crujido del bosque, en cada amanecer. Creemos, con el corazón en la mano, que un día volveremos a verte — saltando cercas, corriendo libre, con los ojos llenos de asombro.
Gracias, Sunday, por dejarnos entrar en tu vida.
Siempre amada. Siempre nuestra.
Descansa en paz, dulce niña.